EL PAÍS.- OPINIÓN.     Jueves, 21 de junio de 2001

 

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YOLANDA SANTOS LIERN | Valencia

Soy interina de Educación y me siento una trabajadora privilegiada. Después de varios años de paro, me llamaron de mi bolsa para cubrir una baja por maternidad. Desde entonces, siempre he ocupado los mejores puestos. Lo normal es que mi destino esté como mínimo a 70 kilómetros de mi lugar de residencia, que ocupe los horarios que mis compañeros rechazan (en ocasiones, en turnos de mañana, tarde y noche, todo en un mismo día) y dé clase en los niveles más problemáticos. Todo esto aderezado con un sueldo inferior al que cobra el funcionario de carrera. Cada año por estas fechas, me embarga la emoción de poder presentarme a una oposición en la que cientos de aspirantes de toda España (muchos de ellos sin haber adquirido la adecuada competencia lingüística) nos pelearemos por 20 o 30 plazas que no se sabe si las ganarán los mejores o los que más suerte tengan. Cada año por estas fechas, me pregunto si mi desfachatez no ha sobrepasado el límite de lo razonable al haber formado una familia con la responsabilidad que ello supone, teniendo en cuenta lo inestable de mi situación laboral después de diez años. ¿Es justo exigir el derecho a un puesto de trabajo digno y estable? Quisiera saber ante quién debo postrarme para agradecer el ser uno de los 25.000 interinos producto de una pésima gestión de la Administración Valenciana; quisiera saber también a quién tengo que pedir perdón por querer seguir demostrando mi valía profesional.